Alemania daba la gran sorpresa para convertirse en campeona del mundo
Javier Briseño Domínguez
Luego de que el mundo fuera testigo de la considerada máxima tragedia del futbol, cuatro años más tarde, en el mundial de 1954, la caprichosa pelota no dejó de dar sorpresas que incluso fueron catalogadas como auténticos «milagros divinos».
La Federación Internacional de Futbol Asociación cumplía 50 años y para festejar el medio siglo decidieron realizar el quinto campeonato mundial de futbol en Suiza, lugar donde se encuentras hasta la fecha las instalaciones centrales de máximo órgano del balompié.
En esta ocasión 16 selecciones clasificadas disputarían el torneo en busca de cumplir el sueño de levantar el anhelado trofeo Jules Rimet y romper con la racha de Italia y Uruguay.
Once de las naciones participantes fueron europeas, tres de América y dos de Asia, las cuales quedaron divididas en cuatro grupos de cuatro equipos cada uno.
El subcampeón Brasil encabezó el grupo uno y quedó acompañado por Yugoslavia, Francia y México. El sector dos, estaba conformado por Hungría, Alemania, Turquía y Corea del Sur; Uruguay, Austria, Checoslovaquia y Escocia estuvieron en el tres, mientras que el último grupo lo integraron Suiza, Inglaterra, Italia y Bélgica.
En la jornada inaugural, Brasil buscaba sacarse la espina de la derrota en la final en su propia casa y lo tomaron tan en serio que decidieron desechar la vestimenta blanca y cambiarla por una playera de color amarillo acompañada por un short de color azul, colores que más tarde se convertirían en los más temidos del futbol mundial.
El cambió les sentó bien en un inicio al debutar en el torneo con goleada sobre México de cinco goles contra cero, aunque la verdadera magia que emanaría de esa playera cobraría efecto unos años después.
Brasil se clasificó como primer lugar de grupo con tres puntos al igual que Yugoslavia que quedó segunda debido a una extraña forma de eliminación donde en cada grupo se nombraron dos cabezas de serie las cuales no se podían enfrentar entre sí.
De esta forma, Brasil y Francia habían sido los cabezas de serie, por lo que los cariocas y Yugoslavia llegaron con dos puntos a su encuentro y empataron para dejar sin posibilidades a los galos que a pesar de que vencieron al México, se quedaron rezagados con dos unidades.
En el grupo dos Hungría se mostró como una aplanadora al golear 9-0 y 8-3 a Corea del Sur y Alemania, respectivamente, mientras que los teutones y Turquía se disputaron en un enfrentamiento de desempate por el segundo boleto, el cual quedó en manos de los europeos al imponerse siete goles contra dos.
En el grupo tres Uruguay se consagraba como una potencia mundial al imponerse en su grupo acompañado de Austria, ambos con cuatro unidades, mientras que en el sector cuatro los Suiza e Inglaterra harían lo propio a costas de Italia y Bélgica.
Con las dos selecciones de cada grupo clasificados a la siguiente fase, los cuartos de final se realizarían a eliminación directa.
Los húngaros encabezados por la demoledora ofensiva de Ferenc Puskas y Sandor Kocsis, se medían ante Brasil a la cual eliminaron con sufrimiento cuatro goles contra dos, al igual que Uruguay lo hizo con Inglaterra por idéntico marcador.
Del otro lado de la llave Alemania sorprendió a Yugoslavia dos a cero, mientras que Austria y Suiza se enfrascaron en un duelo de muchos goles que favoreció a los austriacos 7-5.
En semifinales, Uruguay sacó la garra charrúa pero a pesar de la combatividad característica de los sudamericanos, Hungría fue mucha pieza y se clasificó a la final con triunfo cuatro goles a dos, acabando con el invicto que ostentaban los celestes en partidos de Copa del Mundo, ya que en las dos anteriores ediciones en las que participó y en las cuales fueron campeones, habían mantenido racha triunfadora.
Por su parte, Alemania y Austria chocaban en un enfrentamiento que lucía parejo en el papel, pero que terminó con marcador de escándalo de seis goles a uno a favor de los germanos, quienes, a pesar de haber entrado en una buena racha de triunfos, llegarían como las víctimas al duelo por el título.
La final se disputaría el 4 de julio, otra fecha que quedaría marcada en la historia del futbol con la ciudad de Berna como el escenario.
Un total de once goles de Sandor Kocsis que militaba en el Barcelona, así como el liderazgo y la magia de Ferenc Puskas que volvía después de una lesión sufrida en el primer juego que precisamente habían disputado ante Alemania, quien era la estrella del Real Madrid, ponían a la selección de Hungría como el candidato al título y de manera holgada.
Los pronósticos se empezaban a cumplir desde los primeros instantes del juego ya que apenas a los ocho minutos del encuentro, los húngaros se fueron al frente en el marcador dos goles a cero con anotaciones de Puskas y Czibor, lo que hizo pensar que la goleada del primer enfrentamiento entre ambas selecciones se repetiría.
Sin embargo, mientras la afición húngara comenzaba a saborear el prematuro triunfo, Alemania igualó el marcador con la misma rapidez pues en cuestión de diez minutos, marcaron dos tantos, obras de Max Morlok y Helmut Rahn y, con el marcador empatado, ambos equipos se irían al descanso.
Para la segunda parte, aún habría mucha historia por escribirse. El arquero de los teutones, Toni Turek se convirtió en la figura al detener las multiples llegadas del poderío de Hungría. Ferenc Puskas comenzaba a cojear sobre el terreno de juego al resentirse de la lesión.
El juego se convirtió en una verdadera ‘guerra’ deportiva con 22 hombres sobre el terreno de combate y a seis minutos del final, Helmut Rahn se convertiría en el héroe
al poner en ventaja a Alemania con un disparo de zurda que se incrustó en el ángulo inferior izquierdo de la portería rival, ante la inútil estirada del arquero Gyula Grosics y ante la mirada de un estadio que no podría creer que el gigante del torneo había caído.
El estadio Wankdorf de Berna se convirtió así en el escenario de una de las mayores sorpresas que jamás haya deparado un Mundial, al cual se le denomino «El milagro de Berna».
Alemania se convirtió en la tercera nación que conseguía alzar el trofeo Jules Rimet y, como ya la historia se ha encargado de demostrar, esta Copa Mundial de la FIFA fue la piedra angular sobre la que los teutones fundaron sus futuros éxitos futbolísticos.
Tal y como había ocurrido en la edición de Brasil 1950, el futbol daba otra lección de que los favoritos y poderosos no siempre terminan ganando y que la histori