Un nuevo trofeo se convierte en el objeto del deseo
Javier Briseño Domínguez
Entrada la década de los setentas, la FIFA se encontraba en plena transición tras la elección de un nuevo mandamás del futbol. En una votación de los dirigentes del balompié se determinó que el brasileño Joao Havelange sería el nuevo presidente del máximo órgano futbolístico en sustitución del inglés, Stanley Rous que había estado a cargo desde 1961.
De igual manera se requirió de un nuevo trofeo, ya que cuando Brasil ganó su tercer campeonato mundial en territorio azteca, se le otorgó el trofeo Jules Rimet de manera absoluta.
El encargado de diseñar el nuevo reconocimiento al campeón fue el escultor italiano Silvio Gazzanigia y el resultado fue un trofeo de 36.8 centímetros y poco más de seis kilogramos de peso. El diseño representa a dos figuras humanas que sostienen a la Tierra fabricada con oro sólido de 18 quilates más una base de malaquita, lo que ahora se ha convertido en uno de los galardones más codiciados del deporte.
Con la copa lista y reluciente, lo único que faltaba era determinar quién sería el primero en levantarlo y para ello se llevaría a cabo el décimo Campeonato del Mundo con 16 selecciones participantes con sede en Alemania.
La construcción del muro de Berlín a comienzos de los sesentas había dividido al país en Alemania Federal y Alemania Democrática, la primera controlada por la alianza Estados Unidos-Inglaterra-Francia y la segunda por la Unión Soviética.
En un hecho sin precedentes, ambas naciones alemanas participarían en el torneo ocupando dos plazas de las nueve con las que contaba el continente europeo; además viajaron hasta Alemania cinco naciones de América, más Australia y Zaire que debutaban en el torneo.
Durante la primera fase las reglas del torneo se mantenían con las 16 selecciones divididas en cuatro grupos donde el sector «A» estuvo conformado, curiosamente por los dos equipos de Alemania, acompañadas por Chile y Australia; Yugoslavia, Brasil, Escocia y Zaire se ubicaron en el «B»; en el «D» Holanda, Suecia, Bulgaria y Uruguay disputarían el pase, mientras que el «D» estuvo integrado por Polonia, Argentina, Italia y la novel Haití.
En la actividad de la primera fase, sin duda el duelo del morbo fue el choque entre las dos Alemanias, donde la nación Federal representaba al sistema capitalista al estar controlada por Estados Unidos, Inglaterra y Francia, además de que eran el lado más poderoso futbolísticamente hablando.
Por el otro lado, el lado Democrático era afín a la ideología de la Unión Soviética y se impulsaba el socialismo en su territorio, sin contar con grandes estrellas del balompié.
Sin embargo, como muchas veces ocurre en el mundo del deporte, no siempre los poderosos ganas, siempre hay una posibilidad de que el menos agraciado pueda salir en un día de gracia y hacer posible lo que hasta antes del silbatazo inicial parecía imposible.
Ambas selecciones se enfrentaron en la jornada tres de su grupo y llegaban con buen ritmo casi clasificadas a la siguiente ronda, pero el primer lugar y el orgullo estaban en juego.
A pesar de que el duelo levantó altas expectativas, el choque era muy disputado y poco atractivo para el público. Fue hasta el minuto 77 que una desatención defensiva de Alemania Federal, fue bien aprovechada por el delantero de los Democráticos, Jürge Sparwasser
El mismo Sparwasser relataría: «e
Por su parte, la máxima figura de la Alemania Occidental, el defensor Franz Beckenbauer, afirmó que esa histórica derrota los terminó salvando: “El gol de Sparwasser nos despertó. Sin él nunca habríamos ganado aquel Mundial”.
De esta manera, Alemania Democrática se colocaría en la primera posición con cinco puntos, seguida de sus vecinos que se quedaron con cuatro unidades, mientras que Chile y Australia volverían a casa.
En el grupo «B», Yugoslavia y Brasil igualaron con cuatro puntos y ambos avanzaron; En el «C» una Holanda que enamoraba al mundo con su gran despliegue de futbol, encabezada por un joven espigado llamado Johan Cruyff, se quedó con el primer lugar con cinco puntos, seguida de Suecia con cuatro, en tanto que Polonia gano sus tres partidos para ganar el sector «D» y Argentina se ubicó en segundo puesto.
Los cambios más significativos en el torneo se dieron para la segunda ronda, ya que los ocho clasificados serían sorteados en dos grupos más, donde el ganador de cada uno obtendría un boleto para la final y los segundos lugares disputarían el duelo por el tercer y cuarto lugar.
Sin eliminación directa, el primer grupo lo integraron Holanda, Alemania Democrática, Brasil y Argentina. El segundo grupo estuvo a cargo de Polonia, Yugoslavia, Alemania Federal y Suecia.
Holanda arrolló a sus adversarios de la segunda ronda gracias a su estilo de juego donde cada jugador era libre dentro del campo y podían desempeñarse en cada sector de la cancha, todos atacaban y todos defendían en un concepto al que se le llamó «Futbol Total» y al equipo se le denominó la «Naranja Mecánica», por el color de su uniforme y por lo bien que funcionaba cada engrane que conformaba la selección.
La estrella era Johan Cruyff, un jugador que brillaba con el Ajax de Amsterdam, escuadra a la que convirtió en tricampeona de Europa. A su lado tenía a jugadores de la clase de Johan Neeskens, Johnn
Así, con un desempeñó que marcó un antes y un después en el futbol, Holanda se quedó con su grupo al sumar seis unidades y obtuvo el pase a la gran final. Brasil se ganó el derecho a disputar el duelo por el tercer lugar, mientras que la historia ‘romántica‘ de Alemania Democrática llegaba a su fin.
En el otro sector, Alemania Federal se repuso de la derrota ante su vecino en la primera fase y recompuso el camino con tres victorias que le dieron el boleto para el máximo juego.
Sin duda llegaron las dos mejores selecciones a la gran final y disputarían el campeonato el 7 de julio en el Estadio Olímpico de Munich ante más de 75 mil espectadores que abarrotaron las tribunas.
Ambas naciones se respetaban, sabían a lo que se enfrentaban, sin embargo, la «Naranja Mecánica» inició tocando el balón de forma precavida hasta que su estrella Johan Cruyff cambió el ritmo y penetró la defensa teutona que terminó derribándolo a la entrada del área grande para que el árbitro no dudara en marcar la pena máxima.
El otro Johan de apellido Neeskens se encargó de disparar con potencia para abrir el marcador apenas al minuto de juego, donde parecía que Holanda destrozaría a los anfitriones, pero el espíritu de lucha y combatividad de los germanos nuca puede ser descartada.
Así lo demostró al minuto 25 cuando en un ataque de Bernd Hoelzenbein, fue interrumpido por una barrida rival que terminó enviándolo al césped y un nuevo penal sería factor en el resultado ya que Paul Breitner lo cobró de manera magistral para igualar la pizarra.
Poco después, cerca del final de la primera parte, con una descolgada del ataque teutón el balón llegó hasta los pies de Gerd Muller, quien controló con pierna derecha dentro del área, giró el cuerpo y con potencia impacto el esférico que se incrustó en el arco de los tulipanes, para poner el definitivo dos goles a uno.
La banca local y los aficionados en el estadio estallaron en júbilo, mientras Muller escribía su nombre en la historia del futbol, ya que además de que su gol representó el triunfo para Alemania, su segundo campeonato en el palmarés, también fue su cuarta anotación en el torneo que, sumados a los 10 que hizo en la edición de México 1970, daba un total de 14 para superar el récord de Just Fontaine y convertirse en el máximo goleador en Mundiales.
El «Futbol Total» sufría su primer gran derrota, pero su impacto fue tal que es un equipo que hasta la fecha es recordado. Holanda se había ganado los aplausos, pero Alemania el campeonato.
El capitán Franz Beckenbauer fue el primero en levantar el nuevo trofeo, un reconocimiento al campeón del mundo y uno de los premios más codiciados en el planeta.